viernes, 19 de octubre de 2018


MEMORIAS DE LA TINTORERÍA EN CUENCA

 Víctor Teodoro Arévalo Peña
 En casi todo el mundo, la tintorería es sinónimo de los locales de lavandería y planchado de ropa, añadiéndose a ello las labores de teñido, como un servicio más para que las prendas de vestir queden con un aspecto similar al nuevo. Pero la tintorería que se practicó hasta hace unas décadas en Cuenca, era un oficio independiente al de lavado y planchado; si bien, en algunos casos, se complementaba el servicio con estas actividades.


Este oficio nació como una demanda de los tiempos, fines del siglo XIX y primera mitad del XX, aunque también es necesario anotar que, fue bajo la influencia de personas que migraron desde el norte: provincias de Pichincha y Tungurahua. Así se instaló en Cuenca esta labor que complementaba la incipiente industria textil.


Desde los tiempos preincaicos, se practicaba el hilado y el tejido en los hogares, como una actividad femenina. Dicha labor se complementaba con el teñido de las prendas. Pero a finales del siglo XIX los conocimientos de tintorería a base de vegetales fueron desapareciendo; al tiempo que la ganadería creció hasta volverse la principal fuente de ingresos en el país. Entonces desde los campos la gente traía el hilo y los tejidos a las ciudades para que fueran tinturados.


Ya con los hilos teñidos los tejedores elaboraban los ponchos y las cobijas, o con los hilos sin color elaboraban también ponchos, chompas y bayetas que luego traían a las ciudades para que les dieran color y las cardaran. Con las bayetas coloreadas se elaboraban las polleras y los pantalones, actividades que también se realizaban en las ciudades con las primeras máquinas de coser, con las que se bordaban las polleras y las blusas y cotonas.


Las chompas de lana, especialmente, necesitaban un tinturado llamativo, pues no sólo se utilizaban en el campo, sino que se comercializaban en la ciudad. Hasta hace poco tiempo las chompas de lana eran producto de exportación porque llamaban la atención de los turistas. Además, eran apreciadas porque abrigaban y tenían larga duración.


La tintorería en Cuenca tuvo su auge con los importadores de sombreros y casimires. Al importar, llegaban sombreros de paño de diversos colores, muchos de los cuales no tenían aceptación en el mercado local; también llegaban casimires sin tinturar o de colores sin demanda. Entonces se teñía y planchaba las piezas de tela, y los sombreros luego de tinturados iban a los sombrereros que los dejaban listos para la venta.


La hojalatería era una artesanía que por aquella época se industrializó, pues comenzó a producir alambiques para la destilación de alcohol, pailas y calderos que servían para la tintorería, así como cantarillas y barriles para las lecherías. Esto ayudó a que se desarrollara la actividad que nos ocupa, pues volvió fácil construir locales adecuados para teñir en gran escala.


Vino también el impulso de la industria textil nacional, que producía piezas de tela sin color, para que fueran tinturados a gusto de los clientes en los diversos lugares; aunque esto desapareció con el crecimiento de la demanda que, unificó sus gustos por imposición de la moda.


A partir de los años cincuenta del siglo pasado, la industria textil mundial comenzó a producir fibras sintéticas, que no eran de lana ni algodón, o que se combinaban con estos materiales, para elevar la producción y rebajar los precios.


El comercio ya no hacía necesario piezas de tela sin tinturar, pues tanto la industria textil nacional como internacional producían tela de la mayor variedad de colores, para todos los gustos y lugares. Entonces la tintorería se limitó a prendas de vestir ya confeccionadas y este oficio se volvió más complejo. Requería de la técnica de muestreo para poner a consideración del cliente cómo quedaría la prenda luego de teñida.


Si bien, en sus inicios, la tintorería en Cuenca hizo acopio de conocimientos para el teñido a base de vegetales, como: el añil, el achiote, el nogal, la semilla de aguacate, la cochinilla, el limón; ahora requería el uso de productos químicos como el ácido sulfúrico, el ácido cítrico, el cloro, a más de la anilina y los colorantes de importación, que debían ser utilizados en proporciones precisas para no estropear las prendas o géneros.


Si no se practicaba la técnica del muestreo, el tintorero más experimentado, corría el riesgo de dañar la prenda de vestir que, por ser de material sintético, se extendía o deformaba, o se reducía hasta quedar irreconocible. También había que recurrir al desteñido, es decir: quitar primero el color de una prenda, para luego, darle otro adecuado. Así se pasaban prendas de color negro a café, o de azul a verde, etc., con el fin de incrementar la clientela. Esto requería un procedimiento especial, con químicos que volvieron singular el oficio de la tintorería.


Otro aspecto interesante era el tinturado de las polleras bordadas. Un desafío. Pues las propietarias, como es de suponer, querían que los hermosos bordados quedaran intactos, mientras el resto de la prenda cambiara de color. Entonces era preciso darle un tratamiento especial con cera a los bordados, para que el tinte no los dañara, y luego del teñido, se retiraba la cera, planchando con papel periódico.


También había una técnica para teñir camisetas de algodón, cobijas y chompas de lana. Consistía en amarrar la prenda en forma creativa, para que se entintara sólo en ciertas partes, y luego de dejarla secar, se abrían los amarres para volver a amarrar de manera que esta vez tomaran otro color sólo las partes no entintadas. Así se teñía la prenda de distintos colores y en una forma abstracta. Igual se podía poner una cuerda entintada sobre la camiseta o la chompa, de forma estética pero abstracta, antes de darle un color diferente a toda la pieza.


Toda prenda teñida se lavaba mucho una vez que salía del caldero, hasta que el color quedara firme y no volviera a salir en el próximo lavado.


Como el agua que corría se ha fugado el tiempo y de aquella actividad sólo quedan los recuerdos.