Ilustración 1:
Folio primero del litigio entre Pascuala Bravo y Francisco de Vera Pizarro, 1752.
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal.
La historia es la disciplina que estudia el pasado, característica que le otorga la capacidad de ayudar en la deducción de varias interrogantes: el origen de una sociedad, sus motivos de ser en el momento presente y hacia dónde debería discurrir. Gracias a esta asignatura muchos misterios se han develado, determinados personajes han sido redefinidos y ciertos acontecimientos han vuelto a reflexionarse de forma concienzuda y han alcanzado niveles de discernimiento más elevados.
El trabajo del historiador consiste en escudriñar las fuentes primarias que yacen en distintos archivos y en Cuenca hay varios: el Administrativo del Concejo Cantonal, el Histórico Municipal, el de la Curia Arquidiocesana y el Nacional de Historia, en este último existe un documento fechado hacia mediados del siglo XVIII que corresponde a un litigio entre una mujer indígena y un criollo. Debido a sus peculiaridades, este manuscrito es digno de compartir para que no se pierda en el olvido, se visualice un fragmento de los tiempos pasados y se suscite una ulterior e inevitable reflexión sobre la variación en el proceder de épocas arcaicas respecto a la actual y si aún persisten ciertas actitudes hacia determinados conglomerados.
El juicio aconteció en 1752 y fue interpuesto por la sirvienta de las monjas concepcionistas cuencanas, la india ladina Pascuala Bravo, en contra del quiteño Pedro de Vera Pizarro por haberle despojado de todas sus pertenencias. El pleito empezó cuando la demandante accedió a salir del cenobio para laborar en casa del capitalino, quien le había prometido muchos favores a cambio de sus servicios, aunque no se especificó qué tipo de beneficios –entre líneas se dio a entender que algunos calzaban en el ámbito de la intimidad– ya que la natural comentó “una pobre mujer no sólo se expone al peligro de perder su honra por la fragilidad que la carne le incita sino por adquirir alguna cosa en lo futuro”.
Ilustración 2:
Firma de Francisco de Vera Pizarro, 1752.
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal.
Según la versión de Pascuala, ella fue mantenida en condición de esclava y ninguna de las promesas se hicieron realidad. Además, atestiguó que acompañó a Pedro en sus enfermedades y gastó mucho dinero en beneficio de él, ya que le compró: 4 arrobas de algodón, una pajuela de oro de 2 castellanos, 2 toneles, una cajeta de plata, una franja de Milán de 4 varas que costó 11 pesos, ropa blanca como sábanas, virretes y otras menudencias; también pagó por los servicios del cura de Déleg y canceló 5 pesos que él adeudaba a una doncella.
Cansada de tantas vejaciones, Pascuala salió de casa del quiteño y se trasladó a vivir con Ignacia Tello, a quien confesó textualmente “que en el tiempo de 4 años no se había alargado a una corta demostración de modo que cubra mi cuerpo”. Según su nueva patrona, por parte de Pedro “sólo se habían experimentado voces y no obras porque el fin de ellos es aprovecharse de la mujer y por último desnudarle;” por lo tanto, le aconsejó acudir al negocio de Vera para hurtarle ciertos objetos a manera de resarcimiento, a lo cual la indígena accedió. No obstante, el robo se descubrió y Vera despojó a Pascuala de varias de sus pertenencias al punto que la dejó “desnuda de su decencia”.
En diferentes partes del proceso se hace palpable el profundo rencor que Pascuala le prodigó a su antiguo patrón, por ejemplo cuando afirmó que es una “persona que se tiene por obligaciones por no venir bien las obras con la hidalguía tan cacareada, pues esto no lo hubiera ejecutado un indio, ni un negro, cuanto más un español”. Ese evidente resquemor lleva a elucubrar en torno a la posible existencia de un sentimiento de afecto por parte de Pascuala, que con seguridad el criollo alimentó, pero por los atropellos sufridos terminó por permutar.
Al final de su declaración, la natural suplicó ser remunerada de alguna manera por el tiempo y el dinero que empleó, ya que comentó “al compensar mi deuda y servicio pido justicia y en lo necesario” .
Por otro lado, Pedro de Vera Pizarro testificó que la india fue contratada para atenderle por un accidente que sufrió y que durante el tiempo en el cual laboró, muchos objetos desaparecieron y aseguró que los mismos se vendieron en el Convento de Monjas de la Limpia Concepción y en el pueblo de Déleg. Además, señaló que “hecho el balance de esa caudal… me faltan más de 600 pesos” y que la natural “ha confesado a Don Juan Cherrez que sólo me hurtó 30 pesos en plata”.
Respecto a los recursos que Pascuala aseguró haber invertido durante el tiempo que estuvo en su casa, Pedro afirmó: “el algodón ese es mío y le dí el dinero para que lo comprara para que lo hiciera hilar en el pueblo de Déleg por la facilidad de hallarse de doctrinero mi tío cura. Los 5 pesos que demanda de unas varas de bayeta de encargo he pagado a ella mismo en 3 varas de cambray de 33 varas de punta media. La ropa blanca sólo consistió en “un par de sábanas viejas para que en el camino las vendiere y una capa de paño de Castilla que le dije que guardara mientras yo volvía de Piura”. En relación a la falta de pago por los servicios proporcionados alegó “a sido caro poner costo el tiempo que he estado a su cuidado y no mal pagado pues ha tenido comida y vestido y en caso de que se le pague su servicio fuera de lo comido y vestido será lo irregular que se debe dar a una india y siendo esta la verdad” .
Para finalizar, acotó que cierto día Pascuala fue “a la tienda de mercancía que la tengo en la calle que llaman del Comercio” y le suplicó “salir de la dicha tienda” pero ella hizo caso omiso de la petición, por lo que debió quedarse “hasta que muy tarde” y viendo que se oponía a desalojar el establecimiento “me fue preciso cogerme a la cama dejándola sentada en una silla”. Según el testimonial este episodio generó habladurías malintencionadas, las cuales Pascuala ratificó en su declaración, a lo que el quiteño manifestó “han pasado un robo que debía ser castigado sin que le valiera la soltura con que dijo que había tenido conmigo amistad ilícita, caso que lo inscribo para otro tribunal: y en este estado caso negado y no confesado que fuera cierto lo que dice la dicha Pascuala, un delito no califica otro delito aunque se me ha notificado un auto interlocutorio definitivo con fuerza y sentencia en grave perjurio mío del que apelo ante el rey mío señor”.
Al concluir el litigio queda claro que las versiones de ambos implicados son contradictorias en algunos puntos; sin embargo y al final, Pascuala confesó que los robos “se han hecho por su mano” y el caso sólo se cerró cuando el Protector de Naturales en nombre de la india dijo que “desiste y se aparta de la demanda expresada y quiere que los mencionados vestidos los tome y los lleve como suyos propios el dicho Don Pedro de Vera;” respecto a la vestimenta que el capitalino le quitó, se sentenció que “se le entregara la ropa que estaba embargada”.
Ilustración 3:
Firma de Miguel Segarra (Protector de Naturales), 1752.
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal.
Después de analizar el proceso judicial que tuvo como actores a Pascuala Bravo y Francisco de Vera Pizarro es concluyente que el mismo carece de congruencia en muchos aspectos. Aunque el pleito se solucionó y da la impresión de que ambos sujetos se beneficiaron con el veredicto, al someter a examen riguroso la demanda, sobresale el hecho de que la india quedó como mentirosa respecto a su testimonio de amistad ilícita con el quiteño; además, sus quejas de haber sido tratada como esclava no fueron consideradas en absoluto, alegato de tal magnitud que debió atenderse con toda seriedad y prontitud, lo que hace relucir que el trabajo del Protector de Naturales fue totalmente inadecuado, ya que su única preocupación caviló en torno a la devolución de la vestimenta que le había sido despojada.
Este caso podría considerarse como un arquetipo de las condiciones de vida que reinaron en el siglo XVIII, centuria en la que el papel de la mujer permaneció relegado, su existencia transcurrió en medio de muchas injusticas y las circunstancias de los pobladores estuvieron correlacionadas directamente con su etnicidad; por ejemplo, las declaraciones eran tomadas con mayor seriedad en función del color de la piel, al punto de que la filiación étnica tuvo el poder de convertirse en un estigma y anular la condición de humanidad de una persona. Esta realidad junto con los diversos procesos históricos –sobre todo los ocurridos después de las gestas independentistas– han ocasionado transformaciones catárticas en el pensamiento nacional y en consecuencia han generado percepciones mucho más humanistas; sin embargo y en pleno siglo XXI, en Ecuador aún existen focos de misoginia y discriminación racial que demuestran que en la sociedad local aún es posible depurar la madurez de conciencia y que ciertos modelos coloniales siguen replicándose en la actualidad.
BIBLIOGRAFÍA:
Luis Fernando Sánchez Jaramillo, “La historia como ciencia” en Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, Nº 1, (2005), (54-82).
Fuentes documentales:
Archivo Nacional de Historia (ANH/C), Fondo: 98.340
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