viernes, 30 de noviembre de 2018

Pascual Bravo y el sistema judicial español en Cuenca durante el siglo XVIII

Esteban Herrera González


Ilustración 1: 
Folio primero del litigio entre Pascuala Bravo y Francisco de Vera Pizarro, 1752. 
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal. 


La historia es la disciplina que estudia el pasado, característica que le otorga la capacidad de ayudar en la deducción de varias interrogantes: el origen de una sociedad, sus motivos de ser en el momento presente y hacia dónde debería discurrir.  Gracias a esta asignatura muchos misterios se han develado, determinados personajes han sido redefinidos y ciertos acontecimientos han vuelto a reflexionarse de forma concienzuda y han alcanzado niveles de discernimiento más elevados. 

El trabajo del historiador consiste en escudriñar las fuentes primarias que yacen en distintos archivos  y en Cuenca hay varios: el Administrativo del Concejo Cantonal, el Histórico Municipal, el de la Curia Arquidiocesana y el Nacional de Historia, en este último existe un documento fechado hacia mediados del siglo XVIII  que corresponde a un litigio entre una mujer indígena y un criollo.  Debido a sus peculiaridades, este manuscrito es digno de compartir para que no se pierda en el olvido, se visualice un fragmento de los tiempos pasados y se suscite una ulterior e inevitable reflexión sobre la variación en el proceder de épocas arcaicas respecto a la actual y si aún persisten ciertas actitudes hacia determinados conglomerados.    

El juicio aconteció en 1752 y fue interpuesto por la sirvienta de las monjas concepcionistas cuencanas, la india ladina  Pascuala Bravo, en contra del quiteño Pedro de Vera Pizarro  por haberle despojado de todas sus pertenencias. El pleito empezó cuando la demandante accedió a salir del cenobio para laborar en casa del capitalino, quien le había prometido muchos favores a cambio de sus servicios, aunque no se especificó qué tipo de beneficios –entre líneas se dio a entender que algunos calzaban en el ámbito de la intimidad– ya que la natural comentó “una pobre mujer no sólo se expone al peligro de perder su honra por la fragilidad que la carne le incita sino por adquirir alguna cosa en lo futuro”.  

Ilustración 2: 
Firma de Francisco de Vera Pizarro, 1752. 
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal. 

Según la versión de Pascuala, ella fue mantenida en condición de esclava y ninguna de las promesas se hicieron realidad. Además, atestiguó que acompañó a Pedro en sus enfermedades y gastó mucho dinero en beneficio de él, ya que le compró: 4 arrobas de algodón, una pajuela de oro de 2 castellanos, 2 toneles, una cajeta de plata, una franja de Milán de 4 varas que costó 11 pesos, ropa blanca como sábanas, virretes y otras menudencias; también pagó por los servicios del cura de Déleg y canceló 5 pesos que él adeudaba a una doncella.  

Cansada de tantas vejaciones, Pascuala salió de casa del quiteño y se trasladó a vivir con Ignacia Tello, a quien confesó textualmente “que en el tiempo de 4 años no se había alargado a una corta demostración de modo que cubra mi cuerpo”.  Según su nueva patrona, por parte de Pedro “sólo se habían experimentado voces y no obras porque el fin de ellos es aprovecharse de la mujer y por último desnudarle;”  por lo tanto, le aconsejó acudir al negocio de Vera para hurtarle ciertos objetos a manera de resarcimiento, a lo cual la indígena accedió. No obstante, el robo se descubrió y Vera despojó a Pascuala de varias de sus pertenencias al punto que la dejó “desnuda de su decencia”.  

En diferentes partes del proceso se hace palpable el profundo rencor que Pascuala le prodigó a su antiguo patrón, por ejemplo cuando afirmó que es una “persona que se tiene por obligaciones por no venir bien las obras con la hidalguía tan cacareada, pues esto no lo hubiera ejecutado un indio, ni un negro, cuanto más un español”.  Ese evidente resquemor lleva a elucubrar en torno a la posible existencia de un sentimiento de afecto por parte de Pascuala, que con seguridad el criollo alimentó, pero por los atropellos sufridos terminó por permutar. 

Al final de su declaración, la natural suplicó ser remunerada de alguna manera por el tiempo y el dinero que empleó, ya que comentó “al compensar mi deuda y servicio pido justicia y en lo necesario” .

Por otro lado, Pedro de Vera Pizarro testificó que la india fue contratada para atenderle por un accidente que sufrió y que durante el tiempo en el cual laboró, muchos objetos desaparecieron y aseguró que los mismos se vendieron en el Convento de Monjas de la Limpia Concepción y en el pueblo de Déleg. Además, señaló que “hecho el balance de esa caudal… me faltan más de 600 pesos”  y que la natural “ha confesado a Don Juan Cherrez que sólo me hurtó 30 pesos en plata”.  

Respecto a los recursos que Pascuala aseguró haber invertido durante el tiempo que estuvo en su casa, Pedro afirmó: “el algodón ese es mío y le dí el dinero para que lo comprara para que lo hiciera hilar en el pueblo de Déleg por la facilidad de hallarse de doctrinero mi tío cura. Los 5 pesos que demanda de unas varas de bayeta de encargo he pagado a ella mismo en 3 varas de cambray de 33 varas de punta media. La ropa blanca sólo consistió en “un par de sábanas viejas para que en el camino las vendiere y una capa de paño de Castilla que le dije que guardara mientras yo volvía de Piura”.   En relación a la falta de pago por los servicios proporcionados alegó “a sido caro poner costo el tiempo que he estado a su cuidado y no mal pagado pues ha tenido comida y vestido y en caso de que se le pague su servicio fuera de lo comido y vestido será lo irregular que se debe dar a una india y siendo esta la verdad” . 

Para finalizar, acotó que cierto día Pascuala fue “a la tienda de mercancía que la tengo en la calle que llaman del Comercio”   y le suplicó “salir de la dicha tienda”  pero ella hizo caso omiso de la petición, por lo que debió quedarse “hasta que muy tarde”   y viendo que se oponía a desalojar el establecimiento “me fue preciso cogerme a la cama dejándola sentada en una silla”.   Según el testimonial este episodio generó habladurías malintencionadas, las cuales Pascuala ratificó en su declaración, a lo que el quiteño manifestó “han pasado un robo que debía ser castigado sin que le valiera la soltura con que dijo que había tenido conmigo amistad ilícita, caso que lo inscribo para otro tribunal: y en este estado caso negado y no confesado que fuera cierto lo que dice la dicha Pascuala, un delito no califica otro delito aunque se me ha notificado un auto interlocutorio definitivo con fuerza y sentencia en grave perjurio mío del que apelo ante el rey mío señor”. 

Al concluir el litigio queda claro que las versiones de ambos implicados son contradictorias en algunos puntos; sin embargo y al final, Pascuala confesó que los robos “se han hecho por su mano”  y el caso sólo se cerró cuando el Protector de Naturales en nombre de la india dijo que “desiste y se aparta de la demanda expresada y quiere que los mencionados vestidos los tome y los lleve como suyos propios el dicho Don Pedro de Vera;”  respecto a la vestimenta que el capitalino le quitó, se sentenció que “se le entregara la ropa que estaba embargada”.  

Ilustración 3: 
Firma de Miguel Segarra (Protector de Naturales), 1752. 
Fuente: Esteban Herrera González, 2018, archivo personal. 

Después de analizar el proceso judicial que tuvo como actores a Pascuala Bravo y Francisco de Vera Pizarro es concluyente que el mismo carece de congruencia en muchos aspectos. Aunque el pleito se solucionó y da la impresión de que ambos sujetos se beneficiaron con el veredicto, al someter a examen riguroso la demanda, sobresale el hecho de que la india quedó como mentirosa respecto a su testimonio de amistad ilícita con el quiteño; además, sus quejas de haber sido tratada como esclava no fueron consideradas en absoluto, alegato de tal magnitud que debió atenderse con toda seriedad y prontitud, lo que hace relucir que el trabajo del Protector de Naturales fue totalmente inadecuado, ya que su única preocupación caviló en torno a la devolución de la vestimenta que le había sido despojada.

Este caso podría considerarse como un arquetipo de las condiciones de vida que reinaron en el siglo XVIII, centuria en la que el papel de la mujer permaneció relegado, su existencia transcurrió en medio de muchas injusticas y las circunstancias de los pobladores estuvieron correlacionadas directamente con su etnicidad; por ejemplo, las declaraciones eran tomadas con mayor seriedad en función del color de la piel, al punto de que la filiación étnica tuvo el poder de convertirse en un estigma y anular la condición de humanidad de una persona. Esta realidad junto con los diversos procesos históricos –sobre todo los ocurridos después de las gestas independentistas– han ocasionado transformaciones catárticas en el pensamiento nacional y en consecuencia han generado percepciones mucho más humanistas; sin embargo y en pleno siglo XXI, en Ecuador aún existen focos de misoginia y discriminación racial que demuestran que en la sociedad local aún es posible depurar la madurez de conciencia y que ciertos modelos coloniales siguen replicándose en la actualidad.


BIBLIOGRAFÍA:  

Luis Fernando Sánchez Jaramillo, “La historia como ciencia” en Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, Nº 1, (2005), (54-82).

Fuentes documentales: 
Archivo Nacional de Historia (ANH/C), Fondo:  98.340


viernes, 19 de octubre de 2018


MEMORIAS DE LA TINTORERÍA EN CUENCA

 Víctor Teodoro Arévalo Peña
 En casi todo el mundo, la tintorería es sinónimo de los locales de lavandería y planchado de ropa, añadiéndose a ello las labores de teñido, como un servicio más para que las prendas de vestir queden con un aspecto similar al nuevo. Pero la tintorería que se practicó hasta hace unas décadas en Cuenca, era un oficio independiente al de lavado y planchado; si bien, en algunos casos, se complementaba el servicio con estas actividades.


Este oficio nació como una demanda de los tiempos, fines del siglo XIX y primera mitad del XX, aunque también es necesario anotar que, fue bajo la influencia de personas que migraron desde el norte: provincias de Pichincha y Tungurahua. Así se instaló en Cuenca esta labor que complementaba la incipiente industria textil.


Desde los tiempos preincaicos, se practicaba el hilado y el tejido en los hogares, como una actividad femenina. Dicha labor se complementaba con el teñido de las prendas. Pero a finales del siglo XIX los conocimientos de tintorería a base de vegetales fueron desapareciendo; al tiempo que la ganadería creció hasta volverse la principal fuente de ingresos en el país. Entonces desde los campos la gente traía el hilo y los tejidos a las ciudades para que fueran tinturados.


Ya con los hilos teñidos los tejedores elaboraban los ponchos y las cobijas, o con los hilos sin color elaboraban también ponchos, chompas y bayetas que luego traían a las ciudades para que les dieran color y las cardaran. Con las bayetas coloreadas se elaboraban las polleras y los pantalones, actividades que también se realizaban en las ciudades con las primeras máquinas de coser, con las que se bordaban las polleras y las blusas y cotonas.


Las chompas de lana, especialmente, necesitaban un tinturado llamativo, pues no sólo se utilizaban en el campo, sino que se comercializaban en la ciudad. Hasta hace poco tiempo las chompas de lana eran producto de exportación porque llamaban la atención de los turistas. Además, eran apreciadas porque abrigaban y tenían larga duración.


La tintorería en Cuenca tuvo su auge con los importadores de sombreros y casimires. Al importar, llegaban sombreros de paño de diversos colores, muchos de los cuales no tenían aceptación en el mercado local; también llegaban casimires sin tinturar o de colores sin demanda. Entonces se teñía y planchaba las piezas de tela, y los sombreros luego de tinturados iban a los sombrereros que los dejaban listos para la venta.


La hojalatería era una artesanía que por aquella época se industrializó, pues comenzó a producir alambiques para la destilación de alcohol, pailas y calderos que servían para la tintorería, así como cantarillas y barriles para las lecherías. Esto ayudó a que se desarrollara la actividad que nos ocupa, pues volvió fácil construir locales adecuados para teñir en gran escala.


Vino también el impulso de la industria textil nacional, que producía piezas de tela sin color, para que fueran tinturados a gusto de los clientes en los diversos lugares; aunque esto desapareció con el crecimiento de la demanda que, unificó sus gustos por imposición de la moda.


A partir de los años cincuenta del siglo pasado, la industria textil mundial comenzó a producir fibras sintéticas, que no eran de lana ni algodón, o que se combinaban con estos materiales, para elevar la producción y rebajar los precios.


El comercio ya no hacía necesario piezas de tela sin tinturar, pues tanto la industria textil nacional como internacional producían tela de la mayor variedad de colores, para todos los gustos y lugares. Entonces la tintorería se limitó a prendas de vestir ya confeccionadas y este oficio se volvió más complejo. Requería de la técnica de muestreo para poner a consideración del cliente cómo quedaría la prenda luego de teñida.


Si bien, en sus inicios, la tintorería en Cuenca hizo acopio de conocimientos para el teñido a base de vegetales, como: el añil, el achiote, el nogal, la semilla de aguacate, la cochinilla, el limón; ahora requería el uso de productos químicos como el ácido sulfúrico, el ácido cítrico, el cloro, a más de la anilina y los colorantes de importación, que debían ser utilizados en proporciones precisas para no estropear las prendas o géneros.


Si no se practicaba la técnica del muestreo, el tintorero más experimentado, corría el riesgo de dañar la prenda de vestir que, por ser de material sintético, se extendía o deformaba, o se reducía hasta quedar irreconocible. También había que recurrir al desteñido, es decir: quitar primero el color de una prenda, para luego, darle otro adecuado. Así se pasaban prendas de color negro a café, o de azul a verde, etc., con el fin de incrementar la clientela. Esto requería un procedimiento especial, con químicos que volvieron singular el oficio de la tintorería.


Otro aspecto interesante era el tinturado de las polleras bordadas. Un desafío. Pues las propietarias, como es de suponer, querían que los hermosos bordados quedaran intactos, mientras el resto de la prenda cambiara de color. Entonces era preciso darle un tratamiento especial con cera a los bordados, para que el tinte no los dañara, y luego del teñido, se retiraba la cera, planchando con papel periódico.


También había una técnica para teñir camisetas de algodón, cobijas y chompas de lana. Consistía en amarrar la prenda en forma creativa, para que se entintara sólo en ciertas partes, y luego de dejarla secar, se abrían los amarres para volver a amarrar de manera que esta vez tomaran otro color sólo las partes no entintadas. Así se teñía la prenda de distintos colores y en una forma abstracta. Igual se podía poner una cuerda entintada sobre la camiseta o la chompa, de forma estética pero abstracta, antes de darle un color diferente a toda la pieza.


Toda prenda teñida se lavaba mucho una vez que salía del caldero, hasta que el color quedara firme y no volviera a salir en el próximo lavado.


Como el agua que corría se ha fugado el tiempo y de aquella actividad sólo quedan los recuerdos.








viernes, 28 de septiembre de 2018

PASAJE LEÓN Y BARRIO SAN FRANCISCO: Investigación histórica e intervención arquitectónica



PASAJE LEÓN Y BARRIO SAN FRANCISCO: INVESTIGACIÓN HISTORICA E INTERVENCIÓN ARQUITECTÓNICA



Esta publicación narra el origen y formación de un tradicional barrio cuencano: San Francisco, cuya evolución suscitó la transformación de inmuebles junto a la plaza homónima ejemplificada con la historia del Pasaje León y el relato de su puesta en valor.
Durante la colonia y hasta entrada la República, San Francisco albergó la residencia de un estrato social alto por su cercanía con la cuadra central que contenía la plaza mayor y edificios gubernamentales y religiosos de importancia; sin embargo a mediados del decimonónico, se torna comercial debido al crecimiento económico de la Ciudad y su Plaza se usa como mercado con el consecuente reemplazo de la burguesía por clases populares, en tanto los grandes comerciantes empezaron a invertir en propiedades e inmuebles en aquel sector.
En este contexto y frente a la Plaza, el negociante Víctor León Almeida erigió un inmueble con un pasaje que conectaría dos calles y que incorporaba el concepto visionario de centro comercial, engalanado con estéticas neoclásicas e historicistas que lo destacaron de las casas comerciales del barrio y expresaron la distinción de su propietario, cuyos orígenes humildes no le impidieron emparentarse con una adinerada familia de exportadores de sombreros de paja toquilla.
Al sustituir paulatinamente vivienda por comercio, el paisaje urbano-arquitectónico se modificó y algunas de las antiguas casas vernáculas de planta única subieron de altura, se cobijaron con portales exteriores hacia la Plaza y se ocultaron bajo ornamentos internacionales, esta evolución es comprensible sólo de la mano de los complejos procesos históricos de expansión y retracción económica que atravesó la Ciudad.
A mediados del siglo XX –en los 70s– San Francisco decayó por la salida de las últimas familias residentes, coincidiendo este fenómeno con el éxodo de las élites del resto del centro histórico hacia nuevas zonas marginales, en tanto que los grandes y suntuosos inmuebles se convertían en conventillos.
Para reactivar el sector y perpetuar su memoria, la Municipalidad adquiere el Pasaje León y lo entrega en el año 2015 para cumplir la doble función de albergar parte del comercio de la Plaza en planta baja y destinar los altos para oficinas públicas, usos que complementarían la ambiciosa reactivación de esta peculiar barriada morlaca.
Como unidades urbanas más pequeñas, los barrios son baluartes del legado cultural y custodios de la memoria de los pueblos, es decir, no es posible recordar sin ayuda de imágenes vívidas ordenadas en espacios arquitectónicos. Con este preámbulo, la historia de los barrios cumple la doble función de proporcionar el contexto en el cual la arquitectura y los hábitos que ella cobija adquieren sentido –sobre todo en épocas posteriores a su génesis– mientras que hacen posible la conexión generacional y salvan la brecha tecnológica que separa la contemporaneidad del pasado al procurar elementos de conexión manifiestos en arquitecturas y espacios públicos, símbolos que revisten una fuerza y vitalidad tales que los convierten en auténticos referentes de la identidad cuencana y de la memoria de la Ciudad.


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lunes, 24 de septiembre de 2018

ARQUITECTURA VERNÁCULA Y BARRIO SAN ROQUE: Historia, valoración y propuestas arquitectónicas.



ARQUITECTURA VERNÁCULA Y BARRIO SAN ROQUE: HISTORIA, VALORACIÓN Y PROPUESTAS ARQUITECTÓNICAS

En esta publicación se recopila la historia y conformación de un tradicional y populoso barrio cuencano: San Roque, las intervenciones arquitectónicas efectuadas por la Municipalidad junto con una serie de relatos que permiten entender el pasado y el presente de este microcosmos urbano desde una perspectiva social.
La historia de los barrios es un pilar fundamental para transmitir y perpetuar el legado cultural de la Morlaquia porque arroja información sobre las células primigenias de la urbe: las viviendas vernáculas. En ellas y muchas veces de forma latente se entrelazan las herramientas que fueron utilizadas para construir la Ciudad contemporánea de acuerdo a condicionantes medulares como clima, geografía y recursos locales. Estos hogares datan desde época precolombina y custodian saberes ancestrales hoy expresados en oficios que modelan con maestría materiales cosechados en el sitio a través de técnicas particulares.
La arquitectura popular es parte del entorno natural porque interactúa con el clima y los recursos mediante estrategias de diseño que le permiten aprovechar las bondades del clima y acentuar factores extremos; forma parte intrínseca de la tierra que se manifiesta en la huella dejada por los artesanos que la amasan, en las prácticas de albañilería con las que se erigen viviendas, en los hábitos que soportan la domesticidad familiar a través del cuidado de la tierra como mantenedora de la vida y en las prácticas agrícolas destinadas a extraer las bendiciones de la tierra.
Develar tradiciones vernáculas relativas al habitar, contenido en la casa popular, es el punto de partida para construir la historia de Cuenca impregnada en baluartes custodiados por los barrios. A partir de esta célula: la casa vernácula, evolucionaron las distintas tipologías, se sincretizaron varios de los estilos arquitectónicos y se consolidaron trazas urbanas presentes hoy en el casco histórico y en sus márgenes en concordancia a procesos económicos que impulsaron o constriñeron en distintas épocas el desarrollo de la Ciudad.
La información que aporta la casa rural y los saberes vernáculos se trasforman en herramientas claves para implementar sistemas de valoración, mantenimiento y gestión del patrimonio a través de políticas públicas y tendencias mercantiles.
Desde su fundación, Cuenca ha experimentado procesos continuos de crecimiento que han ido incorporando a la urbe barriadas que antes se encontraban a extramuros. El barrio de San Roque es un ejemplo claro de esta expansión. Hace apenas una centuria estaba fuera de los límites urbanos, dada su ubicación en torno a la vía que conducía hacia el Sur, a la ciudad de Loja, pero la creciente urbanización ha motivado la salida de las clases altas del Centro Histórico con el consecuente cambio del paisaje arquitectónico de las zonas marginales al irse reemplazando las viviendas vernáculas, los cultivos locales y el entorno natural.
San Roque y el eje de la avenida Loja engloban sectores que debido a su marginalidad relativa al perímetro urbano durante varios siglos, desarrollaron de forma intensa manifestaciones culturales populares materializadas de manera ejemplar en arquitecturas vernáculas engendradas en estrecha y respetuosa relación con el medio ambiente: un fértil entorno natural entre dos ríos. No obstante, debido a factores climáticos, contaminación y acciones derivadas del propio habitar; la permanencia de estos bienes se compromete y, por ello se requiere de vigilancia continua y atención técnica y normativa para detectar a tiempo cualquier alteración o afección que suscite desenlaces infaustos.
Descar libro aquí:  Arquitectura vernácula y barrio San Roque