viernes, 28 de octubre de 2016

LIBRO ESCUELA CENTRAL

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CORES DA TERRA





CORES DE TERRA
MEMORIAS DEL TALLER DE PINTURAS NATURALES
En esta publicación se esboza el protagonismo de las pinturas naturales en viviendas cuencanas desde los albores de la Ciudad y su relación con la pintura mural, expresión artística que refleja parte significativa del constructo social de finales del decimonónico y principios del siglo XX. En este contexto, se recogen las vivencias de un evento organizado por la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales y guiado por el experto brasileño Fernando de Paula Cardoso quien relata su trajinar por el mundo de la construcción sostenible como punto de partida para formular y aplicar con maestría pinturas naturales sobre distintos soportes; en especial, muros porosos de adobe o bahareque. La correcta formulación y aplicación de las capas previas a las tintas es de crucial importancia para su durabilidad porque además de proteger las tapias, afectan la capacidad de los materiales que forman el muro para gestionar y lidiar con la humedad.
 
Durante la capacitación se experimentaron materias primas diferentes en formulaciones y proporciones varias. Las tierras son elementos naturales cuyas propiedades varían en función de rasgos que influyen en su “receta” y –junto con la técnica de aplicación– afectan su calidad y durabilidad. Para evaluar y contraponer resultados, se recogieron muestras heterogéneas de algunos sectores cercanos a Cuenca.

Como reto último y cierre del evento, los asistentes confeccionaron una pintura mural en una vivienda tradicional y utilizaron colores a manera de una paleta que pone de manifiesto la naturaleza de cada tinta, así como los desafíos de la aplicación y la elección de tonos para obtener un conjunto estético armónico.
En términos generales, las pinturas naturales se preparan con materias primas distribuidas en abundancia en el medio y en varias locaciones del globo terrestre; han estado junto al ser humano desde sus albores y le han acompañado en el acondicionamiento de su vivienda y en la expresión de su alma a través de distintos medios artísticos. Sus beneficios se evidencian en la versatilidad de su colocación, en la ausencia de toxicidad y en el fácil acceso a los ingredientes que las combinan.
Las pinturas se componen de aglutinantes, pigmentos y disolventes, no obstante algunas pueden contener constituyentes adicionales: conservantes y agentes anti fúngicos. Conocer las materias primas de una capa fina de pintura alerta al usuario del peligro potencial de algunas sustancias usadas para su fabricación en la industria contemporánea pues varias de ellas se relacionan con alergias y afecciones al sistema respiratorio. Al contrario, los colores naturales utilizan componentes cuya toxicidad es nula y pueden ser aplicados con la garantía de salud para los moradores y para el medio circundante.
 Esperamos que esta cartilla se torne en un material de consulta básico para el ciudadano común que busca vincularse con saberes ancestrales aún presentes en el Cantón y representados por oficios tradicionales como la albañilería, la tejería o la elaboración de cal artesanal.






Descargar libro aquí: Cores da tierra

martes, 2 de agosto de 2016

LA QUINTA FACHADA DEL CENTRO HISTÓRICO: PROYECTAMOS HACIA EL CIELO LO QUE CONSTRUIMOS O DESTRUIMOS EN LA TIERRA

Por Sonia Arévalo
Fotografías de Andrés Sánchez

Siempre consideré a Cuenca especial y atractiva, una ciudad privilegiada por su riqueza natural y cultural. Como arquitecta creí que pese a la pérdida de construcciones y espacios públicos tradicionales, como parte de los desafíos afrontados por el centro histórico, se había logrado mantener una parte significativa del patrimonio cultural edificado.

Sin embargo, ante nuevas tecnologías que hacen posible observar la Ciudad de manera panorámica, no sólo la cubierta de una edificación, un espacio público específico o uno de los parques tradicionales; sino el conjunto visto desde una nueva perspectiva, me pregunto: ¿cuál es el estado actual de su vista aérea?, ¿cómo se integra lo edificado al entorno natural?, ¿cómo se proyecta hacia el cielo lo que se construye en la tierra? Las respuestas a estas interrogantes evidencian el estado alarmante en el que se encuentra la quinta fachada.

¿Qué es la quinta fachada? Toda edificación tiene cuatro frentes expuestos según su tipología, pero hay otro que es invisible al observador desde la calle: la cubierta. Ésta, sumada a las de otros inmuebles, espacios verdes, parques, calles y las actividades de los habitantes, observados desde el aire, constituyen la quinta fachada.

Los orígenes de la Ciudad están en el casco antiguo, junto con la tradición y cultura reflejadas en edificaciones patrimoniales que cuentan la historia a través de materiales como la teja.  Sin embargo, en la actualidad Cuenca antigua pierde su color y con ello su identidad cultural evidenciada en el quebranto gradual del recubrimiento de teja de arcilla artesanal, elaborada por familias enteras, padres e hijos para quienes, durante años y por generaciones, ha constituido la única fuente de ingreso que ahora pende de un hilo. A esta situación se suman los agregados: culatas de bloque; terrazas de hormigón con chimeneas, cisternas, lavanderías, antenas; y espacios convertidos en bodegas que exhiben el deterioro de la quinta fachada. Se pierden también los espacios verdes, patios, traspatios y huertos de varias edificaciones patrimoniales; muchos de ellos transformados en parqueaderos que desmejoran la imagen aérea, la calidad ambiental y subrayan la falta de integración al entorno natural.

Los propietarios, profesionales y ciudadanos debemos ser conscientes de las afecciones causadas por intervenciones no apropiadas en las cubiertas. ¿Cómo mantener la fisonomía propia del casco histórico? Con el objetivo de descubrir vías apropiadas para enfrentar la situación de manera acertada, el Departamento de Investigación de la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales está llevando a cabo un proyecto que será fundamental para la futura preservación y recuperación de la quinta fachada.

Valorar, recuperar, conservar y mejorar el Patrimonio cultural edificado son estrategias imprescindibles para mantener el rostro de la ciudad vieja y mostrar lo que fuimos y lo que somos como un crisol de etapas históricas, aspectos que serán tratados en las siguientes entregas sobre este tema.

Desde el barrio San Francisco hacia el oeste de Cuenca, Ecuador
Desde el barrio San Francisco hacia el norte de Cuenca, Ecuador

lunes, 1 de agosto de 2016

¡COCOLA, MONGOLA, TINCA LA BOLA DEL BACÍN!

Por María Arévalo

Cuenta mi padre que durante su niñez no había servicio de agua potable que llegara a los domicilios en nuestra ciudad. La casita en que nació,  de la Calle Larga, veía correr a su frente  una acequia que conducía las aguas servidas del vecindario y era el lugar en que los niños generalmente, vaciaban los grandes gualatacos -bacinillas de madera- en donde los miembros de la familia hacían sus necesidades.

Las familias acomodadas delegaban este oficio a niñas indígenas traídas de las zonas rurales cercanas a Cuenca para trabajar de por vida en sus casas a cambio de techo, comida y vestimenta. En esa época de precarias condiciones sanitarias, los piojos eran huéspedes normales de las personas y su lugar de asiento favorito era la cabeza.  La tarea de espulgar tomaba tiempo;  cuentan que era común ver a la luz del sol, a mujeres espulgando sus testas  y sus polleras en las aceras de las calles.  Pero no se molestaban en asear ni espulgar a estas pequeñas, sino que las rapaban.  Y eran las niñas rapadas, las pequeñas criadas, quienes botaban los bacines de sus amos en las acequias, aguantando las afrentadas de los rapaces que les gritaban: “Cocola, mongola, tinca la bola del bacín”,  por su cabeza sin pelo, por la oblicuidad de sus ojos que semejaba características mongólicas, y por el oficio de golpear violentamente con sus dedos el bolo fecal.

Para papá, hijo único, botar el bacín era un pretexto para divertirse con sus amigos en la acequia que traía en su caudal infinidad de cachivaches y pequeños animales muertos o casi muertos, confundidos entre un sinfín de bacinillas oxidadas.  Cuenta que muchas veces se le perdió el bacín de mis abuelos por distraerse en el juego y que aguantaba las “pisas” de su madre cuando llegaba a casa bien entrada la tarde, con un bacín cualquiera, que era identificado al día siguiente, cuando ya había sido ocupado.

Lo más triste, comenta, era rescatar cachorros de las aguas inmundas y no tener qué hacer con ellos, porque su madre no le recibía más animales.  Entonces, acudía trémulo, acunando el tesoro latiente y húmedo, a la tienda de mama Emilia, una viejecita sabia que oficiaba de curandera del barrio, cuya sensibilidad no era ajena a su súplica.  Después de las reprimendas del caso, le recibía el encargo, y se ocupaba de asistir al animalito hasta conseguirle un hogar permanente. Papá, con el corazón agradecido, le retribuía el favor, haciéndole todo tipo de “mandados” y  llevándole de vez en cuando, pescados capturados en las aguas del Tomebamba, que corría cerquita de su casa.

Cuando se inauguró en Cuenca el sistema de agua potable, contadas familias pudientes instalaron en sus viviendas los servicios higiénicos, que eran unas gigantescas tazas de loza conectadas a un tanque  alto que hacía de reservorio de agua y que se accionaba tirando de una cadena larga situada a un costado del depósito, las famosas baterías NIÁGARA. 

El arribo de estos aparatos  había sido una novedad. Cuenta papá que un compañero suyo de la escuela de los Hermanos Cristianos llegó con la noticia de que en su casa había un artefacto hermoso para hacer las necesidades, que no tenían que desocuparlo, porque tirando de una cadena, mágicamente desaparecían los excrementos.  Les llevó a los más íntimos a conocer el portento y poco a poco llevó a todo el grado; pero cuando el número de curiosos aumentó, se ingenió para cobrarles la visita, aplicándoles una tarifa de medio por orinada y real por cagada, monedas fraccionarias del Sucre, en ese entonces nuestra moneda oficial. Era un precio justo por el trabajo de introducirles a hurtadillas,  para evitar que fuesen vistos por los miembros de la familia. 

Durante mi niñez, ya se habían instalado servicios higiénicos en casi todas las casas, incorporados en espacios improvisados, alejados de las otras habitaciones.  En mi casa, el lugar era  tétrico, tanto, que en las noches, cuando la necesidad apremiaba, llegar allí significaba una verdadera tortura, por el frío, por la oscuridad, por el sinfín de leyendas sobre apariciones en lugares lúgubres, contadas por el Toyo, mi hermano mayor, genial inventor de cuentos, nuestro propio Allan Poe. Pero los muchachos de la casa no se hacían problema, habían descubierto sitios alternativos, según contaban, las plantas sembradas en las macetas de la casa les debían a ellos su exuberancia.

Lo que no había o era muy escaso era el papel higiénico, en su lugar se utilizaba papel periódico. Era habitual observar en los cuartos de baño de aquel tiempo, justo al lado de la taza del servicio, un enorme clavo con recortes de periódico que cumplían su cometido con eficiencia y que además informaban a quien se encontraba “en labor”.

Las duchas llegaron mucho después.  En mi casa, para el aseo semanal se calentaba agua en grandes ollas en los “tontos”, fogones de aserrín comprimido dentro de un tarro viejo, que fueron cruelmente reemplazados por las modernas ollas eléctricas de cocción lenta; y nos bañábamos en tandas, primero las mujeres, luego los hombres, después los niños, en un pequeño estanque construido en la terraza; usábamos siempre jabón negro y en ocasiones especiales champú al huevo que venía en diminutos cojines, traído de contrabando por los comerciantes del “Chico Ipiales”, como se le conocía al grupo de tiendas ubicadas a un costado de la Iglesia de San Francisco.

La presencia de los baños públicos, instalados en dos o tres lugares de la ciudad, significó una bendición. Hasta ahí llegaban familias enteras con su maletín al hombro en busca de un baño con agua caliente. Recuerdo con toda nitidez y hasta percibo el olor de aquel recinto muy cercano a mi casa, que era tan frecuentado por la comodidad que ofrecía y por la limpieza de sus instalaciones, de propiedad de una familia Tamayo.

Cuando llegaron a Cuenca las duchas eléctricas fue todo un suceso. Mi madre hizo construir un cuarto de baño específicamente para el efecto, y solicitó la ayuda de un hábil amigo del barrio para la instalación de la ducha.  El señor realizaba su trabajo en medio de la algarabía de los niños que esperábamos desnudos, envueltos en una toalla, el funcionamiento de la pequeña máquina. Cuando se nos permitió ingresar porque el trabajo había concluido, se produjo un corto circuito que nos hizo volar despavoridos por toda la casa. Qué desazón, nunca pudimos bañarnos en agua caliente; como recuerdo quedó el tubo vacío por donde salía agua fría, cuyo contorno húmedo era aprovechado por diminutas lengüitas sedientas, de pequeños roedores que habitaban en el tumbado y nos acompañaban en esas heladas jornadas, que las soportábamos con estoicismo, convencidos de que nunca íbamos a pescar un resfriado, porque como decía mamá, el agua fría templaba nuestros nervios y nos hacía más fuertes. 

SOÑANDO DESPIERTOS POR LA PLAZA DE SAN FRANCISCO

Por Violeta Illescas
Fotos de Andrés Sánchez

En la actualidad, la infraestructura de la Plaza es sombría y permite palpar la crisis económica y social que atraviesan varios ciudadanos que no tienen empleo; miradas tristes en busca de oportunidades, personas en estado etílico sobre los adoquines, gente que la ocupa como baño y, comerciantes que no quieren re-ubicarse y que han tomado posesión del espacio público de todos los cuencanos.

A través del tiempo, en las distintas administraciones se presentaron varios proyectos pero ninguno ha sido ejecutado, el conflicto de intereses sociales, políticos y económicos dificulta un acuerdo definitivo que, si bien no será del beneplácito de toda la ciudadanía, es necesario para la Ciudad.

La historia cuenta que otavaleños y comerciantes destinaron este espacio para la venta de productos, costumbre que dificulta su traslado. Pensar en la Ciudad y no sólo en un sector de la población supone el establecer compromisos conjuntos que beneficien a autoridades, usuarios y comerciantes, con el fin de precautelar los intereses colectivos y de esta manera dar luz verde a nuevas formas de habitar la Plaza.

Como cuencanos amemos la Ciudad, mantengamos una visión positiva y no perdamos la esperanza de ver un cambio que mejore los espacios de la colectividad. 

Vista aérea de la plaza San Francisco, Cuenca, Ecuador

Uno de los comercios dentro de la Plaza

Fachada norte de la Plaza, al pie se ven los toldos que cobijan los comercios otavaleños

EL ORÁCULO DE SAN FRANCISCO

Por Dániaba Montesinos
Fotos de Andrés Sánchez

Sin reloj, sin fecha ni calendario, al pasar por la plaza de San Francisco,  adivino la hora… deber ser temprano todavía; don Genaro prepara agüitas de sábila diagonal a la puerta de la iglesia de El Carmen pero para encontrar su carrito de hierbas medicinales debo madrugar porque a las ocho llega la Guardia Ciudadana y los ambulantes corren… don Genaro mueve sus trastos a la Plaza junto a los curanderos entre otavaleños y casetas metálicas.

Espero la bebida y observo; los betuneros han llegado; en una silla de ruedas-bicicleta alguien desayuna; ancianas milenarias se persignan; floristas afanosas embellecen sus quioscos; actividad efervescente en la Plaza de las Flores. Una voz ronca me saca del ensueño: ¡ya está!, esto le limpia hígado, riñones, colesterol, metales pesados y le trae amor salud y dinero.

Son pasadas las ocho y apuro un trago que voy tarde ¡imposible avanzar! una muchedumbre grita, se agolpa, se apretuja y sin más, se separa; unos cuantos siguen a un “jefe”. Hordas de albañiles se congregan en la Plaza, con mochila al hombro y herramientas gastadas buscan trabajo; el séquito desayuna secos, ceviches, encebollados, batidos con huevo de codorniz y poni malta mientras esperan un “jefecito”; un predicador invita al arrepentimiento para calmar la ira del Señor; y el furgoncito de movistar anuncia nuevas ofertas mientras sigo en mi forcejeo para caminar: ¡lunes otra vez!

Fluye la semana…martes: se cura del espanto y del mal de ojo; miércoles: venta de guitarras frente a la iglesia de San Francisco; jueves: peras y manzanas de San Bartolomé; viernes; artesanas toquilleras y plantas junto a las casetas de batidos; la jornada terminó.

Y con tanto ajetreo la garganta se seca, me provocan las agüitas del don Genaro... todavía está en la Plaza, en el parqueadero municipal, aunque ya se dispone a partir. Son las doce, platicamos, echo un trago y ¡hasta mañana! ¿Mañana? pero si es sábado y no tengo trabajo, quizá ¿este viernes se hizo lunes por la cantidad de albañiles? o ¿la Plaza predice la realidad económica de la Ciudad?

Así como el clima y sus estaciones, el movimiento en la Plaza y sus protagonistas modelan el engranaje de un reloj etéreo e imaginario que cadencia el devenir de los habitantes del barrio San Francisco, de aquellos que lo frecuentamos y del corazón de la Cuenca antigua.


Venta ambulante de hierbas medicinales en la plaza San Francisco

miércoles, 13 de julio de 2016

EL URBANISMO MODERNO EN LA CIUDAD DE DAMERO

Por María Tómmerbakk
Fotografías de Dániaba Montesinos
Publicado el 13-07-2016

En un acta del Cabildo de Cuenca en 1948, el Presidente de la Comisión de Obras Públicas de aquel momento, expuso una situación que requería de una solución urgente:

(…)Hay personas que tienen tiendas o casitas pequeñas y que desean adecentarlas pero no se les permite porque están ocupando el área municipal y mi opinión es que podría permitírseles cuando se trate de enlucir el frontis o cualquier halago que de mejor presentación al inmueble sin que se le dé mayor durabilidad… Al respecto voy a concretar un caso sucedido últimamente: en la calle Honorato Vázquez, intersección con Mariano Cueva, en la casa del Sr. Armijos, a consecuencia de la rotura de un tirante, se ha hundido el techo. Al manifestarle que no se le puede permitir la reparación porque la casa está en el área correspondiente a la vía pública, él contesta ¿dónde vivo? Francamente ante este dilema uno mueve la cabeza y en cierta forma se autoriza tácitamente la construcción, pues no se puede privar a un ciudadano de su vivienda…[1].

La Ordenanza sobre edificaciones y construcciones urbanas de 1944, con las reformas sancionadas hasta 1950, contemplaba el ensanchamiento de las calles de la ciudad. Como consecuencia prohibía modificaciones o reparaciones de las casas que se salían con más de 80 cm de la línea de fábrica trazada por la Municipalidad[2]. La paulatina destrucción de aquellos inmuebles daría paso a nuevas construcciones acordes con la modernidad y retiradas del filo de la calle generando mayor espacio para las veredas.

Las pequeñas tiendas y antiguas construcciones, ahora tan valiosas para nuestro patrimonio, pero salidas de la línea de fábrica de sus vecinos más modernos, no solo sobrevivieron a las inclemencias del tiempo, sino a las regulaciones municipales que proyectaban la ciudad del futuro en líneas rectas, materiales novedosos y espacios modernos situados en calles más anchas. La presencia de las viejas casitas da testimonio de sus propietarios quienes velaban por mantener sus sencillas viviendas, y a menudo también su lugar de trabajo. Es ahora nuestra tarea conservarlas y no dejar que la amenaza del mayor beneficio económico borre de nuestra ciudad la historia de estos vecinos de clases populares, quienes construyeron aquel patrimonio sencillo y vernáculo basado en las tradiciones y los conocimientos técnicos heredados de los ancestros.



[1] AM/C, L. 32, Acta 33,  f. 247v.  (1948).
[2] AHM/C, Ordenanza de edificaciones y construcciones urbanas en general, ornato y salubridad, Cap. XIV, Art. 95 y CAP. XVIII, Art. 119.

Calle Pío Bravo entre Borrero y Hermano Miguel
Calle Manuel Vega Muñoz entre Luis Cordero y Benigno Malo
Calle Gaspar Sangurima entre Benigno Malo y Padre Aguirre
Calle Presidente Borrero entre Rafale María Arízaga y Pío Bravo


martes, 5 de julio de 2016

TUMIPAMPA

Texto e imagen de Esteba Herrera
Publicado el 05-07-2016

Tumipampa es considerada por la historiografía inca como el segundo asentamiento más importante del Tahuantinsuyo. Su construcción fue obra de Huayna Cápac[1] quien determinó que la zona denominada en el período preincásico como Guapondelic era la más apropiada para la institución de un emplazamiento que se posicione como cabeza del Imperio del Piru inferior[2]. Probablemente, el cariño que el Inca prodigó a este territorio se debió -según la versión de varios historiadores- a que este fue el sitio de su natalicio[3].

Las crónicas remarcan las suntuosas edificaciones de esta ciudad por ejemplo aquí existió un sector denominado Pumapungo, el cual puede definirse como una suerte de barrio conformado por templos destinados al culto religioso y construcciones que albergaron las funciones militares, políticas y administrativas[4].

Complejo arqueológico Pumapungo
Por otro lado, existió un complejo de grandes palacios que se nombró Mullo Cancha en el que sus edificios tenían paredes internas revestidas por cuentezuelas fabricadas a base de conchas del mar, mientras que las externas estaban forradas por puntas de cristal; además, aquí hubo un templo con pisos y muros cubiertos de oro al igual que una estatua de gran naturalismo que representaba a Mama Ocllo[5].

Para el poblamiento de Tumipampa se designó al pueblo cañari y su planificación urbana siguió los mismos parámetros del Cuzco. El declive de esta urbe comenzó a raíz del enfrentamiento entre los hijos de su fundador, Huáscar y Atahualpa, ya que el primero tenía de su lado a los cañaris y en revancha el segundo quemó la ciudad[6].



[1] Alfredo Lozano Castro, Cuenca ciudad prehispanánica: significado y forma (Quito, Abya- Yala, 1991), 132.
[2] Miguel Cabello Valvoa, Miscelánea Antártica (Quito, Editorial Ecuatoriana, 1945), 346.
[3] Juan Cordero Íñiguez, Historia de la región austral del Ecuador desde su poblamiento hasta el siglo XVI, t.2 (Cuenca, SU) (Versión, 2007), 61.
[4] Alfredo Lozano Castro, Cuenca ciudad…, 137.
[5] Juan Cordero Íñiguez, Historia de la región…, 132.
[6] Ibídem, Historia de la región…, 67.

jueves, 30 de junio de 2016

TALLERES DE PUESTA EN VALOR DE PAREDONES DE MOLLETURO

Por Valeria Roura
Publicado el 30-06-2016

Durante los meses de mayo y junio la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales del GAD Municipal del cantón Cuenca realizó 6 talleres de Puesta en Valor de Paredones de Molleturo como parte del Diagnóstico de Conflictos y de la elaboración del Plan de Manejo y Gestión del sitio arqueológico Paredones de Molleturo.

Los talleres se desarrollaron en la casa comunal de San Pedro de Yumate con la participación de vocales de la Junta Parroquial de Molleturo, del cabildo de la comuna de San Felipe de Molleturo y de comuneros de San Pedro de Yumate, Hierba Buena y Cochapamba.


El evento trató distintas temáticas. 1er taller: Los actores sociales y su intervención en Paredones de Molleturo. 2do: Posiciones: subjetivas y objetivas; no hay una historia sino varias historias que explican la realidad de Paredones de Molleturo. 3ero: Necesidades e Intereses, problemas o conflictos y expectativas o posibles soluciones en Paredones de Molleturo. 4to: Historia de Paredones de Molleturo. 5to: La constitución, La Ley de Patrimonio Cultural y las Ordenanzas municipales en torno a Paredones de Molleturo. 6to: Propuesta de compromisos y proyectos en la zona de Paredones de Molleturo.

Un vistazo a los talleres de puesta en valor, Paredones de Molleturo

lunes, 27 de junio de 2016

A MÍ NO ME PREGUNTARON…

Por María Tómmerbakk
Publicado el 27-06-2016

El Parque Calderón está rodeado por edificaciones particulares de estilo historicista a más de dos templos: la Catedral Vieja de época colonial con remodelaciones neoclásicas y la Catedral Nueva creada con una fusión acertada de elementos neorománicos y neogóticos. El resultado es un entorno armonioso y coherente, a excepción de los inmuebles pertenecientes a la autoridad civil que visualizan la ruptura con la tradición arquitectónica a mediados del siglo XX; pero, ¿por qué se permitieron cambios tan drásticos en el corazón de la Ciudad?

En las actas del Concejo Cantonal del año 1951 se registró el proceso previo a la destrucción de la antigua cárcel, edificio colonial que estaba situado al frente del Parque Central, ante la solicitud de usar ese sitio para la construcción del Banco Provincial de Fomento.

Frente a esta difícil decisión que debía tomar el Concejo, el Alcalde expresó:

En primer lugar creo Sres [sic] concejales que es un asunto bastante delicado y nosotros debemos en todo caso auscultar la opinión de la ciudadanía, la prensa, la radio, instituciones culturales, etc. Ustedes saben que en ese local antiguo en que funciona la cárcel, funcionó la primera Casa Constitucional, por otra parte hay el recuerdo histórico de que a ella llegó Simón Bolívar. Muchas personas que vienen de afuera celebran esa casa, lamentan su estado de deterioro y piden no modificar ese edificio…[1]

La cita evidencia que existía una especial apreciación por el valor histórico del inmueble. El Alcalde convocó a una sesión ampliada con representantes de grupos e instituciones relevantes como la Universidad, el Centro de Estudios Históricos y Geográficos y el Consejo Provincial; sin embargo, por la diversidad de criterios se optó por generar una comisión que estudiara el tema a profundidad mientras radio “La Voz del Tomebamba” se encargaba de descifrar la voluntad de la ciudadanía por medio de una encuesta.

Los resultados de la comisión señalaron que los actos históricos mencionados no se habían dado en esa casa, situación que sumada al estado ruinoso del edificio evidenciaba la pertinencia de su demolición. Radio “La Voz del Tomebamba” concluyó que la mayoría de ciudadanos estaban a favor de botar el inmueble. Pocos meses más tarde se aprobó la línea de fábrica, no solo del Banco de Fomento, sino también del Palacio Municipal.

Esta decisión, tomada a base de los criterios de los cuencanos consultados en ese momento, afectó para siempre la lectura visual del corazón de la Ciudad aunque –curioso e irónico– ese mismo año, en la sesión solemne por las fiestas de Independencia, el Presidente de la República entregó un cheque de 20.000 sucres al Alcalde para que “…contratara un arquitecto, de preferencia español a fin de que se preservaran las condiciones arquitectónicas típicas de la ciudad”.[2]



[1] Archivo del Concejo Cantonal, L. 34, f. 57 (1951).
[2] Ibid., L. 34, f. 204 (1951).


Imagen izquierda: Manuel Jesús Serrano, Grupo de personas en la calle Malo, 1920-1930. Archivo Nacional de Fotografía, Fondo Colección Manuel Jesús Serrano. Imagen derecha: Manuel Jesús Serrano, Cuenca, antiguo Municipio, 1920-1930. Archivo Nacional de Fotografía, Fondo Colección Manuel Serrano.









Banco de Fomento que sustituyó la antigua cárcel, fotografía de Andrés Sánchez, junio de 2016.

SAN FRANCISCO, ¿ESPACIO PERDIDO DE CUENCA?

Por Nelson Galán Espinoza
Publicado el 27-06-2016
Fotografía de Andrés Sánchez

San Francisco es un barrio tradicional debido a sus características históricas, a su conjunto de edificaciones patrimoniales y por su importancia en el desarrollo de la Ciudad, pues desde sus orígenes siempre ha sido un sitio comercial; forma parte importante del imaginario de los cuencanos.

La venta de diversos artículos de uso diario, desde zapatos y textiles hasta ollas, música o juguetes convierte a la Plaza en un lugar de atracción para la ciudadanía, pues se puede conseguir varios productos a precios bajos. Aún se observan a su alrededor algunas actividades relacionadas a las expresiones culturales del patrimonio inmaterial de la Ciudad: la venta de artesanías, de instrumentos musicales como guitarras, de polleras bordadas a mano, imágenes religiosas, etc; brindándole un extra positivo a este espacio.

Sin embargo, existen ciertas características de tipo físico y social que constituyen inconvenientes para sus visitantes: las casetas de los comerciantes generan una alteración visual al no responder a ningún tipo de planificación, ni poseer los materiales adecuados además de su mal estado de conservación; se da una gran afluencia de personas y no existen espacios destinados a servicios higiénicos, esto genera malos olores en ciertas esquinas de la Plaza; la seguridad es deficiente.

Asimismo, es deprimente ver a un significativo grupo de personas que acuden al sitio todos los días –antes sólo estaban los lunes– para ofrecer su trabajo como obreros de la construcción; pocos son los afortunados contratados, viviéndose un drama social diario. Aunque esta realidad está presente desde hace mucho tiempo y las autoridades de turno han realizado intentos por cambiarla, presiones de los comerciantes de la zona por permanecer de la misma manera y situaciones de carácter político han impedido que se intervenga en este espacio para generar un cambio favorable.

La solución a estos problemas permitirá que todos los ciudadanos podamos disfrutar de forma íntegra este “espacio perdido” de la Ciudad que hoy es de pocos.



El Equipo


A los bloggeros de por las CALLES nos une un entorno laboral común   ̶la Dirección Municipal de Áreas Históricas y Patrimoniales del cantón Cuenca  ̶ y la sensibilidad por la vida. Es nuestro interés participar de la construcción de hábitats sustentados en dinámicas naturales que propicien la diversidad, la simbiosis y la cooperación encaminada al mutuo beneficio, aportando flexibilidad y adaptación ante los cambios y la incertidumbre, parte inherente del diario vivir y del mundo.

Nuestro sino es el impulso y desarrollo de iniciativas ciudadanas encaminadas a incrementar la conciencia sobre nuestros hábitos para volverlos pro-activos, constructivos y sintonizarlos con el latido de la Tierra.

Eva Andrade es ingeniera de sistemas y gestiona nuestro blog.



María Arévalo Peña es abogada de profesión, cuentera de vocación, amante y defensora del patrimonio, funcionaria de la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales del GAD municipal del cantón Cuenca.




Nelson Galán es arquitecto de profesión, graduado en la Universidad de Cuenca en el año 2010, estudiante de la Maestría en Conservación y Gestión del Patrimonio Cultural Edificado - Primera Cohorte (al momento finalizando la tesis) en el mismo establecimiento de educación superior de la ciudad de Cuenca. Cuenta con experiencia en temas sobre el cuidado del patrimonio desde las aulas universitarias, así como también dentro del Proyecto vlirCPM como auxiliar de investigación durante dos años aproximadamente. También tuvo un paso por el Ministerio de Turismo por dos años más. Actualmente se encuentra trabajando en la Dirección de Áreas Históricas Patrimoniales del Ilustre Municipio de Cuenca desde Julio de 2015, sus esfuerzos están enfocados en la gestión del patrimonio.
Esteban Herrera Nació en Quito el 28 de marzo de 1987, su grado lo realizó en Gestión Cultural en la Universidad de Los Hemisferios (Quito - Ecuador). Su formación de cuarto nivel se enfocó en el estudio de la Historia del Arte ya que cursó la especialización de Patrimonio artístico andaluz y su proyección iberoamericana en la Universidad de Sevilla (Sevilla - España). Ha trabajo en proyectos culturales, museísticos y de investigación. Destaca su colaboración al grupo que concibió el Museo del Carmen Alto en Quito y  la investigación de un grupo de pinturas murales dieciochescas basadas en un conjunto de estampas flamencas del siglo XVII que recrean pasajes de la vida de santa Teresa de Ávila y las cuales reposan en el convento del Carmen de San José de la capital ecuatoriana.
Cristian Matovelle Jara es arquitecto. Primer Premio Técnica Tinta. Universidad Central del Ecuador. Técnico de la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales del GAD Municipal de Cuenca. Investigador de la Maestría en Conservación y Gestión del Patrimonio Cultural Edificado, Primera Cohorte de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca. Dibujante a mano alzada. Estudioso de las técnicas tradicionales constructivas como base de experimentación y rehabilitación de edificios. Contacto: cfmatovelle@yahoo.com


Dániaba Montesinos es arquitecta, especializada en bioclimática en la Universitat Politècnica de Catalunya, España y en construcción sostenible en The Endeavour Centre, Peterborough, ON, Canadá; le gusta pintar, sembrar árboles y visitar las montañas.





María Tommerbakk es licenciada en artes visuales, magíster en artes con mención en teoría y filosofía del arte e investigadora en temas históricos para proyectos de restauración de inmuebles patrimoniales de la ciudad de Cuenca. Actualmente trabaja en el Departamento de Investigación de la Dirección Municipal de Áreas Históricas y Patrimoniales del cantón Cuenca.



jueves, 16 de junio de 2016

MI INFANCIA EN LA PLAZA DE SAN FRANCISCO

Por María Arévalo
Publicado el 16-06-2016
Fotografía de Andrés Sánchez


Todo olía a tradición y misterio en San Francisco...
Unida a los recuerdos de mi infancia, me apasionó siempre ese lugar bullicioso al que iba de la mano de mi madre con la consigna de no divulgar sus encuentros con una viejecita a quien visitaba clandestinamente para prestarle sus cuidados.

La casa de mamá Juana -que así se llamaba la anciana- daba al frente de la Iglesia de San Francisco, y cuando mi madre se concentraba en sus labores, yo salía a descubrir la Plaza, adentrándome en el laberinto multicolor de sus espacios abarrotados de gente, deteniéndome en los puestos de ropa de pacotilla, de zapatos de caucho, de vajilla de fierro enlozado, de ropa de los otavaleños. 

Observaba embelesada el ir y venir de la gente, escuchaba los diálogos del populacho y de las vendedoras que disfrutaban de platos de comida humeante mientras departían con sus compañeras de oficio; contemplaba arrobada la destreza de los heladeros que en instantes llenaban los conos con hielo raspado y colores artificiales.  Y en el centro de esta encrucijada, el puesto de los loros adivinadores que escogían la carta que determinaría mi destino a cambio de una peseta.

Desde una prudente distancia asistía al juego de los “jubilados pobres” que fumaban, apostaban, y se hablaban malas palabras, cuando por la vereda pasaban los cargadores quebrados por el peso de inmensas canastas llenas de comestibles para abastecer la mesa de una familia, a cambio de “una fuercita”, que era el pago que por el servicio recibían de las señoras de alto copete que les presidían en su camino.

Mi mayor deleite era visitar la tienda de don Emiliano Donoso, un comercio inmenso que ocupaba casi media cuadra de la calle Presidente Córdova, en donde todo olía a tradición y misterio. Vendían desde herramientas agrícolas hasta lana para tejer ajuares de bebé y un gran estand de libros de magia y hermetismo que despertaron mi curiosidad desde siempre. 

Eran jornadas de libertad matizadas con nostalgia que las vuelvo a vivir cuando percibo el olor de un libro viejo, como “El Oráculo del Rey Salomón”  que lo adquirí en una de esas tardes y que en adelante me convirtió en la pitonisa de  mi clase.